¿Quién es ella y quién soy yo?
Adivinad.)
Hubo un día dos chicas que fueron
dos veces niña en brazos de la distancia,
dos completas desconocidas.
Volaron por encima de mil letras que pasaron
al papel, compartiendo tinta y verso.
Eran dos corazones latiendo al mismo compás
sin darse cuenta de que no bailaban un vals.
Estaban hechas de inocencia y esperanza,
de sueños y promesas.
Una noche se cogieron de la mano y empezaron a quitarse espinas de los brazos, cerrando las heridas con miedos y palabras de cariño. Contaron el número de balazos que tenían en el pecho con flores secas que dejaron en la tumba del pasado, y se regalaron la sonrisa más bonita del año.
Se persiguieron durante mil noches sin llegar a encontrarse. La lluvia cayó sobre la ciudad sin estrellas y por fin se encontraron. Mil noches esperando y por fin la Luna abrazó al Sol. El tiempo se detuvo, nada se movía a su alrededor, no existía nada más. Corazones temblorosos y manos palpitantes; sus ojos se encontraron entre la tormenta.
El mundo volvió a girar.
Después de eso todas las tormentas llevaron su nombre y toda la lluvia fue sinónimo de felicidad. Se siguieron curando cicatrices porque eso de las heridas ya sabía hacerlo todo el mundo, y se besaron con cuidado las pestañas para que su mirada nunca más fuera triste.
Y a pesar de los días grises, las miradas tristes que siempre volvían y las nuevas cicatrices continuaron adelante venciendo monstruos y ganando batallas contra la distancia. Pronto los corazones de cristal ya no dolían tanto al romperse, aprendieron a comunicarse a través de las estrellas y fueron las heroínas de todas sus historias. Juntas eran invencibles.
Van tres años en un disparo,
a ver cómo os lo tragáis.
Soy la mitad de esta historia,
y todavía no me la creo.
Si hay algo que odio de todo esto son las despedidas.
Ojalá algún día no tengamos que volver a irnos,
y ojalá seamos, de verdad, invencibles.
Te prometo más tormentas.
Gracias.
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